Irak: la próxima conmoción será una terapia de choque

JOSEPH E. STIGLITZ

Con una sola excepción -la actual "victoria" militar, que cada vez parece más pírrica-, la aventura iraquí del presidente Bush se ha caracterizado por una sucesión de fracasos. Se han descubierto pocos indicios de armas de destrucción masiva y, según David Kay, el jefe de los inspectores de armas estadounidenses, los arsenales no han existido jamás o fueron destruidos hace años. Es decir, Bush ignoró los datos recopilados por los inspectores de la ONU, encabezados por Hans Blix, y las pruebas en las que se basó para iniciar la guerra parecen, en gran parte, inventadas.

Peor aún, hoy resulta evidente que Bush no disponía de un plan para después de que acabase la guerra. En lugar de avanzar hacia la paz y la democracia, la situación en Irak sigue siendo tan peligrosa que Paul Bremer, jefe de la ocupación estadounidense, ha recurrido a la inestabilidad como motivo para no convocar elecciones democráticas este año.
 

Desde luego, Estados Unidos sí ha intentado mantener el orden en algunos lugares, y ha dejado claro qué era lo que verdaderamente le importaba en Irak. Cuando cayó Bagdad, se apresuraron a proteger el Ministerio del Petróleo, mientras que dejaron que hubiera saqueos en museos y hospitales.

Es posible que los contratos otorgados a Halliburton -cuyo anterior presidente fue Dick Cheney-, por valor de 7.000 millones de dólares, no fueran un caso claro de corrupción, pero sí despedían un indudable tufillo a capitalismo de amigotes. Halliburton y sus filiales fueron acusadas de aprovecharse de la guerra y tuvieron que devolver millones de dólares al Gobierno.

Todos están de acuerdo en que ahora la tarea más importante -después de crear un Estado democrático y restaurar la seguridad- es la de reconstruir la economía. Sin embargo, el Gobierno de Bush, cegado por la ideología, parece empeñado en ignorar las experiencias pasadas y continuar con su historial de fracasos.

Cuando cayó el muro de Berlín, los países del este de Europa y la antigua Unión Soviética iniciaron la transición a una economía de mercado con acalorados debates sobre la forma de lograr culminarla. Una de las opciones era la terapia de choque -la rápida privatización de los bienes del Estado y la brusca liberalización del comercio, los precios y los flujos de capital-, y otra era la liberalización gradual del mercado para permitir que, al mismo tiempo, se estableciera el imperio de la ley.

Hoy, la opinión general es que la terapia de choque, al menos en las reformas microeconómicas, fracasó, y que los países que abordaron de forma gradual la privatización y la reconstrucción de la infraestructura institucional (Hungría, Polonia y Eslovenia) tuvieron unas transiciones mucho mejores que los que dieron un salto repentino a la economía liberal. En los países con terapia de choque, las rentas se derrumbaron y la pobreza se disparó. Las pésimas cifras del PIB quedaron reflejadas en otros indicadores sociales como la expectativa de vida.

Cuando ha pasado ya más de una década desde la transición, muchos países postcomunistas no han recuperado todavía, ni siquiera, los niveles de renta anteriores. Lo que es peor, en casi todos los países con terapia de choque las perspectivas de establecimiento de una democracia estable y el imperio de la ley son muy escasas. Estos antecedentes deberían empujar a pensárselo dos veces antes de volver a intentar la terapia de choque. Pero el Gobierno de Bush, apoyado por unos cuantos iraquíes escogidos, está llevando el país hacia una modalidad de terapia de choque aún más radical que la que se utilizó en el antiguo mundo soviético. De hecho, los partidarios de dicha terapia dicen que, si fracasó, no fue por una velocidad excesiva -demasiado choque y poca terapia-, sino porque el choque no fue suficiente. Así que más vale que los iraquíes se preparen para una dosis aún más brutal.

Evidentemente, existen semejanzas y diferencias entre los países ex comunistas e Irak. En ambos casos, las economías se debilitaron de forma general antes de derrumbarse. Pero la guerra del Golfo y las sanciones debilitaron la economía de Irak mucho más de lo que el comunismo había debilitado la de la URSS. Además, aunque tanto Rusia como Irak dependen enormemente de sus recursos naturales, Rusia, por lo menos, tenía una capacidad demostrada en otras áreas. Poseía una mano de obra muy cualificada y una capacidad tecnológica avanzada; Irak, por el contrario, es un país en vías de desarrollo.

Es cierto que los rusos carecieron durante décadas de oportunidades para ejercer la libre empresa, mientras que el Gobieno baazista, en Irak, no reprimió a la clase comerciante ni el espíritu empresarial. Sin embargo, la situación de Irak coloca al país en desventaja respecto a Rusia y numerosos países postcomunistas: ninguno de sus vecinos está en una situación económica demasiado buena, mientras que muchos países comunistas, durante la expansión de los años noventa, eran vecinos de la Unión Europea. Y, sobre todo, la inestabilidad permanente en Oriente Próximo tiene un efecto disuasorio para los inversores extranjeros (aparte del sector del petróleo).

Estos factores, junto a la ocupación actual, hacen que sea especialmente difícil llevar a cabo una rápida privatización. Los bajos precios que seguramente alcanzarán los bienes privatizados darán la sensación de que los ocupantes y sus colaboradores han vendido de forma ilegítima el país.

Sin legitimidad, a cualquier comprador le preocupará la seguridad de sus derechos de propietario, y eso hará que los precios desciendan todavía más. Es más, es posible que los compradores de los bienes privatizados se muestren después reacios a invertir en ellos; tal vez, como ha ocurrido en otras ocasiones, dediquen más esfuerzos a quedarse con los bienes que a la creación de riqueza.

Si las perspectivas de Irak son tan sombrías como sugiere mi análisis, cualquier contribución internacional al esfuerzo de reconstrucción organizado por Estados Unidos será poco más que dinero desperdiciado. Ello no significa que el mundo deba abandonar a Irak. Pero sería mejor que la comunidad internacional destinase su dinero a causas humanitarias, como hospitales y escuelas, que a respaldar los planes estadounidenses.

El Banco Mundial y otras instituciones que estudian la posibilidad de ayudar a través de préstamos se enfrentan a dificultades incluso mayores. Acumular más deuda sobre las obligaciones de Irak, ya inmensas, sólo servirá para empeorar las cosas. Si la economía iraquí se tambalea como consecuencia de un programa de reconstrucción económica equivocado, basado en la terapia de choque, el país se encontrará mucho más endeudado y con escasas compensaciones.

El sueño de los invasores estadounidenses de Irak era crear un Oriente Próximo estable, próspero y democrático. Pero el programa económico de Estados Unidos para la reconstrucción de Irak está sentando las bases para la pobreza y el caos.